«Los pensamientos suicidas han aumentado entre un 12,5 y un 14% en los jóvenes»
Ángela Jordana es especialista en Health Literacy y Salutogénesis —concepto que desarrolló el médico y sociólogo Aaron Antonovsky en los años 70—. Creadora del método LifeCourse y MdA, imparte cursos a personas y organizaciones que buscan encontrar sentido y soluciones nuevas a los desafíos actuales. Para Jordana, una persona sin sentido y propósito en la vida es un barco a la deriva, un cuerpo camino al desequilibrio.
Según la investigadora, la definición de salud de la OMS —estado de completo bienestar físico, mental y relacional— es una utopía y considera que es necesario redefinirla y aclarar con detalle a profesionales y empresas qué entendemos como tal; un concepto que a su juicio sigue siendo muy confuso.
CEO de WHI-Institue (Wellbeing & Health Innovation), Jordana cuenta con una amplia experiencia en el área directiva de varias multinacionales del sector farmacéutico como MERCK-MSD, PFIZER o SANOFI. Ha realizado el programa Executive Business Coaching & Mentoring de IE Business School y el Health Literacy Program en la Universidad de Girona. Licenciada en Farmacia por la Universidad de Barcelona, realizó el Business PDD en el IESE y un MBA en Dirección de Marketing por ESADE. Asimismo, fue investigadora senior en XploreHealth-SanaMent (IrsiCaixa), donde realizó un estudio en seis centros educativos con más de 258 estudiantes acerca del estrés, la ansiedad y la depresión en los jóvenes.
— ¿Vivimos en una sociedad con más ansiedad y estrés que hace unas décadas? Cada vez leemos más artículos de prensa referidos a esta cuestión. ¿Tiene una opinión al respecto?
—Sí. El ritmo frenético al que estamos viviendo es una tendencia sociocultural imparable que conlleva ansiedad, estrés crónico, depresión y angustia existencial. En enero de 2019, antes de la pandemia, el Foro Económico Mundial en su reunión de Davos, ya declaró la salud mental como la epidemia del siglo XXI. La crisis de la COVID-19 ha agravado esta situación que ha afectado especialmente a dos colectivos: los jóvenes, que han visto cambiado radicalmente su estilo de vida, y las personas entre los 50 y los 60 años con un perfil senior, que han comenzado a experimentar la incertidumbre de no saber qué va a ser de ellos en un contexto de trabajo cambiante como el que vivimos. A esto podemos añadir el sufrimiento de soledad que hemos visto agudizado entre nuestros mayores.
Respecto a los jóvenes, los pensamientos suicidas han aumentado entre un 12,5 y un 14%, según la Confederación de Salud Mental, una cifra escalofriante, y ha sido el grupo social que más ha frecuentado los servicios de salud mental. El suicidio es muy grave, implica una desesperanza sin retorno; y ya es la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes de 12 a 29 años. Además, por cada suicidio que llega a término, se dan entre 10 y 20 intentos frustrados que en general se viven en soledad.
— ¿Deben los medios de comunicación hablar de temas tan delicados como el suicidio?
— Nos falta tomar conciencia sobre la gravedad del tema. Lo que pasa es que hay que ser muy cuidadosos, porque muchos medios de comunicación buscan el titular fácil y alarmante para vender. La clave está en que los medios comuniquen y expliquen esta situación sin dramatizar. Aunque sigue el temor a hablar del tema abiertamente por el posible “efecto llamada”.
— En una carta abierta que publicó recientemente, cuenta que no supo parar a tiempo antes de entrar en una depresión porque no sabía parar y no quería que la gente interpretara que estaba “en baja forma y bajo rendimiento”. ¿Cree que hay cierta presión social por estar sano?
— Siendo ejecutiva y directiva tienes presión por todos lados. El ritmo es frenético, la agenda de trabajo muy apretada y si no reflexionas sobre lo que estás haciendo y encuentras espacios para reconectar, te agotas. El cuerpo es muy sabio y sabe cómo recuperar el equilibrio, siempre que no se le lleve al limite. En mi caso, yo no sabía que lo que me estaba pasando era una depresión. Creía que era fatiga, desmotivación o falta de ilusión. En una revisión médica que nos hacían a los directivos, el médico, al acabar, me miró fijamente y me preguntó cómo estaba. Le respondí con cierta chulería que me lo dijera él, que era el médico y tenía todas mis pruebas. Me miró y me volvió a preguntar: “No, te lo digo a ti. Tú, ¿cómo estás?”. Y en ese momento algo de muy adentro se abrió paso y me vine abajo.
— ¿Cómo se sintió cuando le diagnosticó depresión?
— Por un lado, estaba tranquila porque sabía lo que era y también que el ser mujer es un factor de riesgo en salud mental. Lo que me preocupaba era que lo supiera la empresa. En entornos exigentes y contextos complejos, nos forzamos a mantener el ritmo porque, a menudo, el temor a que los demás descubran cómo estás es fuerte.
Me estuve medicando 6 meses y no dejé de trabajar ni un día. Hoy sé que fue un error. Es esencial que nos paremos, que nos observemos y que tomemos conciencia de nosotros mismos. Solo así podemos liderar nuestra vida con sentido. Y hoy, al igual que entonces, aprender a parar es una enorme necesidad. Los consumos de ansiolíticos y antidepresivos siguen aumentando año a año. A cualquier edad, el número de mujeres con depresión es más elevado que el de los hombres.
— Sin embargo, los hombres se suicidan más que las mujeres.
— Los hombres tardan más tiempo en reconocer cuando están mal y les cuesta mucho pedir ayuda y por tanto llegan al limite, a la puerta del suicidio. Pero esto está cambiando; el hombre está reconociendo por fin que también su salud está en riesgo, y puede padecer este tipo de enfermedades.
Nuestro modelo sociocultural es insostenible en todos los niveles. Vivimos en una sociedad que nos separa de nuestra espiritualidad, y está demostrado científicamente que esto nos enloquece.
— Por otro lado, ¿cree que actualmente hay un cuidado excesivo por la salud? Algunos psicólogos han advertido que una atención desmedida a la salud puede acarrear más estrés y ansiedad.
— Creo que hay mucha confusión en lo que es salud. ¿Qué se entiende por tal? Muchísima gente lo asocia a la dimensión física, a cómo está mi cuerpo: “Mi cuerpo está bien, estoy sano”. O a la mente. Hace muchos años la OMS dio una definición en la que explicaba que la salud es “el estado de completo bienestar físico, mental y relacional, y no solo la ausencia de enfermedad”. Pero, claro, esto es una utopía; nadie está en perfecto estado. Es imposible.
La publicación How Should we Define Health?, del British Medical Journal, retó a la comunidad científica a dar una nueva mirada y redefinir el concepto. La definieron como “la capacidad del individuo de adaptarse y autogestionarse a los desafíos físicos, mentales y sociales”. Con esta definición, el individuo se responsabiliza de su salud y comprende que todo lo que le pasa tiene que ver con él. Sentirse saludable, estar sano, está en nuestra mano.
— El modelo y teoría ideados por Antonovsky hace énfasis en que el individuo “encuentre el origen de la salud y el bienestar en sí mismo”, explica en un artículo en el que define la salutogénesis. Si depende de uno tener buena salud, ¿es uno culpable de su enfermedad?
— El 50% de lo que nos pasa es causa de nuestra genética, que no quiere decir que vengamos predeterminados, porque la genética se remodela a través de la influencia de nuestro entorno, de nuestra epigenética. Uno no es culpable de su enfermedad y, entendiendo la definición que te he explicado por salud, una persona puede padecer una enfermedad y sentirse sana. Según un estudio, el 75% de los pacientes diagnosticados con una enfermedad crónica —una enfermedad que no puedes curarte—, se declaraba sano y en bienestar. Cuando eres consciente de lo que te pasa y te conoces, sabes cuándo puedes entrar en crisis y eres capaz de responder en estas situaciones. El desafío consiste en no caer en el victimismo de la enfermedad.
— En los años 80 surge la psicología positiva, corriente que predomina actualmente. La idea de hacerse amigo de los pensamientos positivos y tratar de evitar los negativos confronta con la tesis de que el sufrimiento es una realidad inevitable.
— Si vemos la psicología positiva como una técnica que me auto-aplico para evitar los pensamientos negativos y me fuerzo a cambiarlos en positivos, no va a solucionar nada. Ahora bien, si la entendemos como la capacidad de observarnos e indagar en nosotros mismos —somos el único ser vivo con la capacidad de ser conscientes de nosotros mismos—, entonces sí es una opción convincente. Y que no aplica sólo al ámbito mental. Se trata de darse cuenta de todo lo que impacta en mi salud global de modo positivo. Eso sí nos ayuda.
Hay que ir más allá del pensamiento, evitar obsesionarse con el pensamiento. Darnos cuenta de que no somos lo que pensamos.
— Subraya frecuentemente la importancia de encontrarle un sentido o propósito al trabajo. Sin embargo, ¿no cree que hay trabajos que se realizan por necesidad? Algunos psicólogos consideran que la reflexión sobre el propósito en el trabajo es un privilegio que se pueden permitir unos pocos. ¿Qué piensa al respecto?
— Cada persona debe encontrar un sentido, encontrar un motivo con el que se sienta profundamente comprometido y le permita conectar con su propia realidad esencial. Es bueno que reflexionamos sobre el porqué del trabajo y no simplemente en el “para qué”; hay que encontrar en uno mismo los recursos que nos ayuden a hacer significativa nuestra vida, que nos conecten con la motivación intrínseca y auténtica de lo que hacemos.
— Sin embargo, existen trabajos en los que no hay promoción o ascensos, y si preguntas por qué trabajan, te responderán que para ganar dinero. Es decir, hablamos de trabajos que se hacen por una necesidad económica.
— Me parece una creencia falsa. En todos, hay algo más profundo que la motivación económica o de status. Una vez le preguntaron a una mujer que limpiaba las oficinas de la NASA por qué trabajaba. Ella contestó: “Porque ayudo a enviar hombres a la luna”. Una señora de la limpieza que conectaba con la fuerza y el propósito de la NASA. Todos los trabajos tienen un sentido, un “por qué”.
— Y en este sentido, ¿todo el mundo tiene la misma facilidad para encontrar el propósito de su trabajo? ¿Es más fácil que un directivo lo encuentre a que un taxista lo descubra?
—Todos estamos llamados a encontrarlo y te diré que para un directivo puede que sea hasta más complicado por la presión cortoplacista a la que está sometido. Estamos llamados a desarrollar nuestra capacidad de amar lo que hacemos y de amar lo que somos. Y no somos capaces de llevarlo a cabo porque no nos lo han enseñado y nos parecen cuestiones “sin importancia” cuando es lo genuino y auténtico.
— ¿Qué acciones o actividades nos aportan salud?
—En primer lugar, hay que encontrar el sentido, el por qué de lo que hacemos. Lo que nos aporta salud es estar “enchufado” a la vida. Nietzsche dijo: “Vive tu vida de tal forma que la quieras vivir infinitas veces”. Y decía Antonovsky que la principal causa del estrés provenía de la ausencia de reflexión y de hacernos preguntas a nosotros mismos. Para aflorar la autenticidad y vivir con coherencia interna, desde quién eres en verdad, la Salutogénesis nos ofrece el camino y los recursos a sentir que nuestra vida es comprensible, manejable y significativa.
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