Suele decirse que la gran diferencia entre hablar y comunicar consiste en que el que habla solo transmite información, mientras que el comunicador es además capaz de suscitar emociones en su auditorio. Kennedy es el mejor ejemplo.
Emociones que mueven a la acción. Se cumplen esta semana 50 años de la histórica visita del presidente Kennedy a Alemania, en la que pronunció un discurso memorable de apenas diez minutos en el que proclamó que “todos los hombres libres son ciudadanos de Berlín”. Aquella mañana de junio de 1963, Kennedy demostró una vez más que era un gigante de la comunicación. Como confesó a sus más estrechos colaboradores, al retirarse del escenario tuvo la sensación de que si hubiera dicho: “Ahora marchad hacia el muro y destruidlo”, la multitud lo habría hecho.
La gira europea del presidente debía tener en Berlín Oeste su momento culminante. La fama de JFK en Alemania estaba por las nubes. Incluso los sectores más progresistas de la población habían abandonado el tradicional antiamericanismo de la izquierda europea y veían en el joven mandatario estadounidense una especie de modelo a seguir, cuando no directamente a un héroe. La multitud se echó a las calles del barrio occidental para aclamarle. Salvas de aplausos y pañuelos al viento recibían en cada esquina la aparición del Mercedes descubierto en el que Kennedy viajaba, junto al canciller Adenauer y al alcalde Willy Brandt.
El discurso de Kennedy en Berlín en 1963
Durante su discurso en la Rudolph Wilde Platz (puede verse íntegro en Youtube), Kennedy habló de unidad, de esperanza y del compromiso de los Estados Unidos con la defensa de las democracias europeas. Pero sobre todo habló de libertad. Acababa de ver con sus propios ojos “el muro de la vergüenza” que dividía la ciudad desde agosto de 1961, cuando las autoridades comunistas de la República Democrática Alemana levantaron por sorpresa alrededor del sector occidental una barrera de cemento y alambre de espino de casi tres metros de altura. Con ella pretendían evitar que los alemanes orientales siguieran huyendo a millares hacia el mundo capitalista a través de Berlín Oeste.
La visión del muro le dejó horrorizado. Tras los saludos protocolarios, sus primeras palabras sonaron ásperas: “Hay muchas personas en el mundo que en realidad no comprenden, o dicen que no comprenden, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. ¡Que vengan a Berlín! Hay quienes dicen que el comunismo es el camino del futuro. ¡Que vengan a Berlín! Y hay quienes, en Europa, y por todas partes, dicen que podemos colaborar con los comunistas. ¡Que vengan a Berlín! Y hay incluso algunos que afirman que es cierto que el comunismo es un sistema perverso, pero que permite hacer progresos económicos. ¡Que vengan a Berlín!”. El último ¡que vengan a Berlín!, que Kennedy pronunció en alemán (“lass’ sie nach Berlin kommen”) provocó el delirio en la plaza abarrotada.
Arthur Schlesinger, asesor y biógrafo del presidente, desvela el modo en que Kennedy trabajaba sus discursos políticos: “Solía empezar llamando al escritor y esbozando unas ideas. Cuando el discurso estaba destinado a una ocasión seria, leía el borrador con suma atención, hacía anotaciones ilegibles en el margen y repasaba luego el resultado con el escritor”. Aunque era un redactor perfectamente competente, JFK rara vez tenía tiempo para componer una pieza de principio a fin. La primera versión del texto solía ser cosa de Ted Sorensen, uno de sus asesores de confianza. Kennedy trabajó en estrecha asociación con él durante más de diez años.
Sorensen es probablemente el padre de una de las frases más recordadas del presidente (“no preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregúntate lo que tú puedes hacer por tu país”) y el artífice de dos recursos discursivos que Kennedy utilizaba con frecuencia y que funcionaban a la perfección. El primero son las frases en ‘staccato’, del tipo “pagaremos el precio que haya que pagar; soportaremos las cargas que haya que soportar; afrontaremos los sacrificios que haya que afrontar; apoyaremos a cualquier amigo y nos opondremos a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad”. El segundo es el uso de sentencias equilibradas, como “nunca han tenido las naciones del mundo tanto que perder o tanto que ganar” o “juntos salvaremos a nuestro planeta o juntos pereceremos en sus llamas”.
Yo soy berlinés
Para el discurso de Berlín, Sorensen preparó dos de sus frases geniales. Las dos únicas que el presidente Kennedy dijo en alemán y que llevaba escritas de su puño y letra en una ficha. La primera, como hemos visto, sirvió para poner a la multitud a tono al principio de la alocución. La segunda, aunque enunciada también al principio, fue su remate final. El colofón perfecto de un discurso que ha pasado a la historia como ejemplo de lo que la gente espera de un líder político. “La libertad es indivisible, y cuando alguien es esclavizado, nadie es libre. Cuando todos sean libres podremos esperar ilusionados el día en que esta ciudad se una, y este país y este gran continente de Europa formen un conjunto pacífico y esperanzado. Mientras llega por fin ese día, que sin duda llegará, el pueblo de Berlín occidental puede sentirse sensatamente satisfecho por haber estado en vanguardia durante casi dos décadas. Todos los hombres libres, vivan donde vivan, son ciudadanos de Berlín; y, por tanto, como hombre libre, me enorgullezco de decir: ‘Ich bin ein Berliner’ (yo soy berlinés)”.
“Creo que fue uno de los mejores discursos que mi hermano pronunció en su vida –escribió Edward Kennedy-. Generó esperanzas en un pueblo oprimido. Transmitió un mensaje sobre las necesidades de libertad de todos los hombres, mensaje que resultó coherente tanto en nuestro país como en el extranjero. A pesar de que era realista sobre el tiempo que llevaría y sobre el esfuerzo que había que hacer para alcanzar ese ideal de libertad e igualdad, Jack tuvo en cuenta la importancia de establecer alianzas, retar a la gente para que diera lo mejor de sí y sembrar la buena voluntad”.
Cuando esa noche Kennedy subió al avión presidencial que le llevaría a Dublín, estaba enormemente satisfecho. “Por mucho que vivamos, no volveremos a vivir otro día como éste”, le confesó al fiel Sorensen durante el vuelo.
Luis Sala