La información, la sobreinformación, pero, ante todo, la desinformación son fuentes inagotables de reflexiones repentinas y acríticas. A mayor abundamiento, en una etapa de confinamiento físico, donde la disrupción no es solo social y económica, sino también sentimental, fluyen las opiniones con la rapidez del pensamiento único y con la falta de rigor del análisis contrastado. Por eso, y ante la bruma variable de los acontecimientos y en un momento en que la actividad pública no vive su mejor momento a consecuencia del proceso de profesionalización de la política, a medio camino entre el narcisismo y el adanismo, conviene fijar algunos conceptos necesarios sobre la comunicación política en tiempos de calamidad nacional.
La primera reflexión respecto al paradigma de respuesta y a los tiempos de reacción es que las Administraciones Públicas no estaban preparadas para un desastre de este alcance y de esta magnitud. La comunicación política se había rutinizado bajo parámetros de normalidad social y económica, con la incorporación de cierto esteticismo bobalicón muy anudado a la imagen física. La estética ha desplazado a la ética política y, por consiguiente, los difusores y los propagadores de partidos políticos han puesto el foco en la inanidad del plasticismo frente al foco de las ideas. No cabe duda que los nuevos líderes políticos tienen que ser titulares de determinados patrones de belleza y prestancia física, más allá de su preparación profesional y de su experiencia.
De hecho, los políticos de vieja escuela sufrimos el síndrome del nicho vacío político y tendemos a desdeñar por vacuos a los nuevos usuarios de este arte tan maltrecho como es la política. Por otro lado, no deja de haber escrupulosos profesionales de la comunicación que viven solo de opinar sobre el movimiento de las manos de los políticos o sobre la asertividad de sus expresiones, sin que tengan el más mínimo conocimiento respecto a los conceptos y las ideas políticas. La mediocridad no sólo pasta en el campo de la política desgraciadamente.
En segundo lugar, el Gobierno ha partido de un principio correcto de suministro de información a través de Ministros y técnicos, aspecto este que en origen no debería admitir crítica. Además, en estados de aislamiento y cierre, no puede haber un apagón informativo, porque la incertidumbre, la angustia y la cordura se acaban perdiendo. Ahora bien, la ejecución de esta estrategia adolece, en mi opinión, de tres errores muy graves: en primer lugar, la sensación material de improvisación, de descoordinación, de desconocimiento y de inseguridad que transmiten algunos Ministros; la sobreposición de un escudo de protección en forma de funcionarios y técnicos para diluir la responsabilidad política; y, por último, el control programado de las preguntas de los medios de comunicación que constituye una anomalía democrática, máxime cuando se presume de transparencia.
El tercer análisis está centrado en las fases de la crisis, debiendo distinguir en una buena estrategia de comunicación tres grandes hitos, que han pasado desapercibidos por el Gobierno: la fase de entrada e inicio de la crisis sanitaria, la fase actual de desarrollo pugnaz de la crisis y, en último lugar, la fase de salida de la crisis. Respecto a la fase de entrada, la comunicación política fue un cúmulo de errores que van desde el negacionismo de la gravedad de la crisis hasta la minimización de los riesgos asociados a la misma. En esta fase, por lógica, el Gobierno sabe que la ha perdido, no sólo en términos de gestión de crisis sino también en términos de comunicación política de la crisis. Habida cuenta de que la ha perdido, ha reaccionado mendazmente mediante el procedimiento alevoso de poner en marcha el acelerador de culpas con su rival político.
Cuando la defensa en política se convierte en un ataque al enemigo, es que no hay defensa alguna. Es más, el discurso oficial parte de dos afirmaciones rotundamente falsas, que son difuminadores de la autoresponsabilidad: de una parte, que la crisis sanitaria ha sido simétrica en todo el mundo y, de otra parte, que no había opción alguna de anticipar el problema, criticando a la oposición en lo que han denominado con escaso acierto intelectual como «sesgo de retrospección». Pues bien, ni a la altura de estas tristes horas la pandemia es simétrica (España es el país con más fallecidos por millón de habitantes del mundo), ni se puede afirmar que no hubo ningún error, como flagrantemente ha llegado a aseverar el Ministro de Interior. La política es el arte de la anticipación, en lo bueno y en lo malo, y lamentablemente, lo que se espera de los políticos es que tengan «sesgo de anticipación». Por lo demás, la única asimetría posible es la del razonamiento del propio Presidente del Gobierno, que mientras falta a la verdad al afirmar que la pandemia es simétrica internacionalmente, sin pudor intelectual, afirma, en cambio, que es asimétrica entre Comunidades Autónomas. Estas falacias fácilmente atacables intelectualmente sirven para crear una red mórbida de confrontación política al servicio de gregarios y de mercaderes tribales de argumentario.
En la situación presente, la estrategia de comunicación se basa en la insistencia de los mensajes técnicos y en el seguimiento o seguidismo de algunos medios de comunicación de la doctrina oficial. Actúan como distractores de responsabilidad y van creando un espectro imaginario de dolor colectivo que pretende que funcione también a la salida como un factor que descreme la responsabilidad. Publicidad convertida en propaganda, discurso convertido en coartada. En este ejercicio, pretenden identificar Gobierno y sociedad, apoderándose del vigor y de la resistencia de la sociedad civil, la misma a la que denostan con algunas de sus decisiones recientes de política económica. Quieren pasar por ser sociedad, cuando son Gobierno, y, por tanto, titulares de deberes y prerrogativas que hay que ejercer correctamente.
A sabiendas de que la crisis ha superado al Gobierno, es fácil advertir, salvo que no hayan aprendido de sus errores, que la estrategia de comunicación a la salida de la misma seguirá consistiendo en dispersar la responsabilidad tanto a presente como a pasado, y en configurar un conglomerado emocional del que pretenden formar parte como una pieza más de una sociedad que ha estado y está en una posición de resistencia y de ética muy por encima de la de su ejecutivo. A este fin, pondrán en acción a toda la trompetería mediática y hasta alguna camada pseudocultural, que, por cierto, no se la ha visto con carácter general durante la crisis. En puridad, saben que se la juegan en términos de detentación del poder y, por eso, no escatimarán esfuerzos en avanzar en esta senda. España saldrá muy herida de esta crisis. Demasiado. Hagamos lo posible por cicatrizar las llagas y no por reventarlas.
Mario Garcés
Portavoz Adjunto del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados. Coordinador económico del Grupo Parlamentario Popular. Diputado del PP por Huesca. Ex Subsecretario del Ministerio de Fomento y ex Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad.
Interventor y Auditor del Estado. Inspector de Hacienda del Estado. Académico. Escritor.