Desde hace unos meses el coronavirus es una prioridad debido a cómo está afectado a los países de la Unión Europea (UE) más allá de la alarma social que se ha creado. Es una amenaza que se ha hecho realidad más pronto que tarde. Desde China, donde comenzó el brote pandémico, se nos alertó del grave impacto que podía ocasionar la llegada del brote a la UE por sus desastrosos efectos. Los Estados miembros (EEMM) y las instituciones europeas lo veían como una falacia que no llegaría a consumarse, pero que al final se ha establecido provocando una grave crisis sanitaria y económica. La gran falta de transparencia recibida ha puesto en duda incluso el alcance real de la pandemia, puesto que los Gobiernos de los EEMM y la UE se han escudado en la percibida, viéndose y manifestándose cómo no se sabe a ciencia cierta los daños que se están sufriendo realmente.
Las primeras manifestaciones en cuanto comenzaron a crecer los contagios fue el confinamiento de la población, una medida rápida que buscaba contener la expansión del virus y así poder frenar el número de contagiados por el colapso sanitario que se avecinaba en la mayoría de los EEMM. Vino seguido del cierre de fronteras Schengen, una decisión acertada y rápida para evitar los flujos de personas pero no de mercancías (no obstante, hay que ver que las fronteras dificilmente volverán a ser iguales que antes a efectos prácticos). Aunque criticadas, estas medidas han puesto freno a la expansión, ya que aunque hasta que no se cuente con una vacuna no se va a poder erradicar (total o parcialmente), han permitido un desarrollo positivo frente a la contención.
Al margen de estas actuaciones, las instituciones europeas no actuaron de igual forma. La falta de respuesta conjunta puso en evidencia la falta de cohesión entre EEMM e instituciones, viéndose el desgaste que existen entre estas. El silencio de la Comisión Europea es el más notable, tan solo participando en las reuniones conjuntas y Von der Leyen explicando los parcos progresos realizados. Su discurso de “coordinación de una respuesta común” es completamente falso, ya que se tendrían que haber puesto en marcha medidas conjuntas y protocolos tanto sanitarios como económicos desde el principio para poder mitigar en la medida de lo posible los efectos. La UE peca de usar el verbo necesitar, cuando el que debe usar es hacer. Solo hay que ver cómo los EEMM han tenido que comprar todo el material sanitario de manera individual, con altos precios y con un envío lento para las necesidades existentes. La llegada de sistemas como rescEU o el Coronavirus Global Response ha sido muy tardía.
En momentos así, los principios fundamentales de la UE, los que nos unieron en un principio, tendrían que salir a relucir para poder hacer frente de manera conjunta a esta crisis que va a hundir a Europa. Pero todo esto ya llega demasiado tarde: la brecha norte-sur se ha intensificado, la falta de solidaridad es latente, las tensiones se han fortificado y la competición por ver quién tiene menos contagios y muertes ha comenzado. Hay que ver todo esto como una estrategia de los EEMM para buscar protagonismo y en la que la UE no tiene ninguna presencia. Hay quien dice que esta crisis va a consolidar los pilares y cimientos europeos, pero nada más lejos de la realidad: los va a destruir. Cada EEMM va a mirar por sus propios ciudadanos e intereses como se ha visto en el caso de los fondos europeos de rescate y los coronabonos, entre otros. Que no extrañe ver a más de un país que decide salir de la UE siguiendo la estela británica.
Es por eso que si la UE no puede coordinar a sus propios integrantes, cómo va a poder ser un actor relevante en el plano de la seguridad internacional. Es imposible. No se dio la relevancia suficiente cuando comenzó el brote, y en el camino hacia su fin se aprecia lo mismo: que la UE no está preparada y los EEMM están en una carrera de “sálvese quien pueda”. La falta de previsión fuera de los ámbitos económicos, va a hacer que nunca vayamos a ser un actor internacional en materia de seguridad, ni en ninguna otra área. Nuestra falta de unidad con ejemplos como la crisis migratoria del 2015 y nuestras propias tensiones ya hicieron que el proyecto común comenzara a hacer aguas, pero ahora la presa va a reventar.
Si estas tensiones y enfrentamientos continúan a este ritmo, este proyecto, mucho más mercantil que social, pero que tantos aspectos positivos y progreso ha traído, va a acabar más pronto que tarde. Un claro ejemplo es España: sin la UE la posición con la que contamos ahora mismo sería un deseo completamente irreal. No obstante, no todo es negativo, podemos ver cómo EEMM se ha ayudado entre sí en estos momentos con el envío de material y personal médico. Pudimos haber contenido la pandemia, pero nuestra propia burocracia no nos lo permitió.
Aunque suene a tópico, la solución, más allá de poner en común todas las políticas de los EEMM y los recursos europeos en aspectos como el COVID-19 y el cese de infectados y muertes, es otorgar de nuevo fuerza a la idea de los Estados Unidos de Europa de Sir Winston Churchill y dar valor a una solidaridad común que incluya el valor humano y desquite el paternalismo nacional para coordinarnos y ver todo lo que somos capaces de alcanzar al estar bajo un mismo techo. Si esto se fortalece la UE podrá revivir de sus propias cenizas, ya que estos enfrentamientos, rencores y “tira y afloja” entre los propios EEMM y la UE van a acabar muy mal. Extrapolando una cita de Confucio, con matices, se nos avisa de lo que pasa en situaciones de destrucción mutua como la que están llevando los EEMM entre ellos y hacia la UE: “antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”. Si la UE muere, todos caemos.
Fernando Pérez-Montero
Consultor junior de PROA Comunicación