La gestión de la crisis sanitaria en España es más que evidente que tiene poco que ver con la que han adoptado otros países, como Portugal, Austria, Grecia, Polonia, Hungría, Corea del Sur o Japón. Países con gobiernos de distintas orientaciones políticas, con idiosincrasias y culturas bien distinguibles, con sistemas sanitarios poco equiparables. Los datos de infectados y de fallecidos constituyen un abismo enorme entre esos países y España. A lo que se debe añadir que las medidas restrictivas en España son mucho más intensas; según datos de movilidad y geolocalización de Google, España es el país en que la gente está más encerrada en sus casas, menos sale a la calle, tanto en frecuencias como en tiempo y distancias.
La clave está en la gestión misma. Mientras que Japón o Portugal —y el resto de los países citados, junto con otros muchos más, como Alemania, Canadá o Chequia— tomaron decisiones variadas y rápidas, en España se tomaron escasas medidas —o incluso se bloquearon— antes del 8 de marzo. Cada gobierno actuó con criterios propios: cuarentena masiva con apenas pocos contagios y muertos; cuarentena escalada y flexible desde el inicio de la propagación de la epidemia; cierre de fronteras, cierre de estadios, cancelación de eventos públicos, abastecimiento de material sanitario… En España, por el contrario, se pasó en apenas unos días del «no pasa nada, esto es una simple gripe» al confinamiento absoluto.
El agravamiento de la epidemia en España se debe a la supremacía del “relato” sobre la gestión. Un gobierno cimentado sobre una campaña de marketing y sin otro objetivo, por parte de su presidente, que aferrarse al poder. Un análisis detallado de las motivaciones y mensajes de Pedro Sánchez, desde la moción de censura de 2018, no plantea duda alguna: el secretario general del PSOE podía decir una cosa y la contraria de un día para otro, e incluso dentro del mismo día. Podía pedir veinte años de cárcel contra los responsables del golpe de Estado en Cataluña de 2017, y luego negociar con los condenados y afirmar que la política debe “desjudicializarse”. En casi ningún asunto es fácil encontrar una continuidad de discurso que revele las verdaderas convicciones de Pedro Sánchez.
Una de las tres o cuatro ideas generales con que se ha urdido el “relato” de Sánchez es el feminismo. Otro es el “cambio climático”. Por eso, cuando la epidemia generaba noticias de alarma fuera de China, ya en enero, en La Moncloa el único foco apuntaba hacia una nueva ley de “libertades sexuales”, que, en realidad y polémicas nominalistas aparte, rebajaba las penas para los violadores. Por ese motivo, el “relato” no podía tolerar que las manifestaciones del 8 de marzo se vieran empañadas por un ambiente de prevención sanitaria y desmovilización. Recordemos que Lorenzo Milá, con su «esto es una gripe de nada» —dicho desde Italia, nada menos—, fue admirado por casi todo el estamento periodístico y político español, valga la redundancia.
Pero el problema no era sólo la absoluta prioridad de las manifestaciones feministas, sino que el gobierno estaba básicamente diseñado para el “relato”. Cierto que hay tres o cuatro ministros —Economía, Seguridad Social, Defensa— de carácter más técnico. Ministros que incluso podrían figurar en un gobierno de otro color. Pero el tono general de este consejo de ministros era de “relato”. De “relatos”, mejor dicho: el de Pedro Sánchez y el de Pablo Iglesias. Un gobierno pensado para luchar contra el machismo y contra Franco y a favor del planeta.
El problema es que la pandemia prescinde de los esquemas de estos “relatos”. El virus infecta y mata, satura el sistema sanitario y provoca el colapso económico, sin atender a cuotas “de género”, “memoria histórica” y otros sesgos ideológicos.
En este contexto, la gestión es una concatenación de errores. Pero el gobierno —salvo alguna excepción, como es el caso de Robles, a cargo del Ministerio de Defensa— no puede reconocer esos errores. En ningún momento, el área de Comunicación de La Moncloa ha entendido que el mensaje prioritario debe ser un mensaje sanitario: explicar a la población cómo se expande y contagia el virus, qué medidas debe adoptar cada cual, por qué es necesario el confinamiento. No: la estrategia de comunicación sigue siendo la que da nombre al libro que firma —parece que no lo escribió él— el presidente: Manual de resistencia. La comunicación no se está empleando para ayudar a la sociedad a evitar el contagio, sino para minimizar los efectos negativos en términos meramente electorales.
Por su parte, en su batalla particular, Iglesias aprovecha para sacar tajada. La rueda de prensa que ofrece para informar de que los padres pueden sacar a pasear a sus hijos menores de edad es una muestra de ello. Reconoce errores del gobierno —se entiende que de otros ministros— y pide perdón en primera persona, como captatio benevolentiae. El contenido de su rueda de prensa, desde el punto de vista de “relato”, es óptimo; pero, desde el punto de vista sanitario, pésimo. ¿De verdad es razonable dejar que los niños salgan de casa con balones y bicicletas?
En consecuencia, lo que se genera desde Moncloa es ruido. Un ruido debido a la descoordinación y e incompetencia; a la ausencia de un plan sanitario y económico concreto. Dicho de otro modo: la ausencia de un auténtico plan de gobierno, de gestión de la cosa pública. Este ruido es constante: mascarillas sí, mascarillas no; esto es una gripe, esta es la peor epidemia de la historia; los zapatos de pisar la calle se pueden usar en casa, no se pueden usar en casa; tenemos material sanitario, no tenemos material sanitario; peluquerías abiertas, peluquerías cerradas; ERTE sí, ERTE no; niños de catorce años pueden salir, niños de catorce años no pueden salir; tenemos test, no tenemos test; censura sí, censura no… La lista es larga. Pero a este ruido se añade otro: el deliberado. Conscientes de la pésima situación, los esfuerzos en comunicación monclovita, tras varios palos de ciego —incluyendo la saturación mediática y el “Aló presidente”—, recurren a la vieja táctica del calamar. Que es la misma que la de embarrar el terreno de juego.
Foto: Agencia Efe, publicada en El País
Doctor en Humanidades por la Universidad de Navarra, consultor en marketing y comunicación, traductor y escritor. Colabora en diversos medios y ha publicado libros tanto de ficción como de ensayo.