—— Elogio de mi padre

El pasado 15 de enero, de forma repentina, falleció a los 88 años de edad mi querido padre, Javier Casanueva Piñeiro.

Hombre formal y cumplidor, siempre tuvo claro cuáles fueron sus obligaciones y cuáles sus devociones. De esta manera, se licenció en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela y durante 42 años gerenció una empresa de cartonajes en La Albericia con la cual sacó adelante a su familia. Pero el cartón fue una obligación porque la devoción y la vocación de mi padre siempre estuvieron vinculadas a las artes plásticas. Muchas veces me comentó que a él le hubiera gustado ser pintor, idea que mi abuelo Eduardo debió quitarle de la cabeza.

Yo creo que por este motivo fue tolerante con las elecciones de vocación y de profesión de cada uno de sus hijos. Nos dejó la libertad que a él le hubiera gustado tener.

Desde que tengo uso de razón, mi padre y yo, hemos hecho unos planes muy sencillos: ir junto con mi madre a la playa de La Concha, pasear por la senda de Mataleñas y por la segunda playa del Sardinero; compartir tardes de lectura; meriendas, sesiones de cine y asistir a conciertos. La música ha sido el hilo conductor de nuestra vida juntos y desde muy pequeña recuerdo ir a La Plaza Porticada (con helado de Capri en la pausa) y años después al Palacio de Festivales. Nosotros hemos reído, hemos llorado, nos hemos emocionado y nos hemos alimentado de música; ese hilo invisible que nos une a todos los Casanueva.

Recuerdo el verano de 2018 en el que, ante una enfermera atónita, firmó su alta voluntaria en Valdecilla porque, ante la duda, prefería morirse escuchando a Sir Simon Rattle dirigiendo a la London Symphony Orchestra.

Durante estos últimos veranos también compartíamos il dolce far niente: de contemplar la bahía y sus cambios de luz y el trasiego de los barcos, de las pedreñeras y traineras. Pasábamos las horas ensimismados en el gozo de admirar la belleza. Tardes sencillas y llenas de pacífica alegría.

Con mi padre, a lo largo de estos 45 años, no he hecho viajes más allá de sitios próximos a Santander y tampoco planes fuera de lo común. Pero lo extraordinario de todo esto es que con él las rutinas se convertían en algo mágico, casi ritual. Escuchar sus enseñanzas sobre la historia de Santander, recitar sonetos, leer libros y, en los últimos años, escuchar a Stjepan Hauser (algo de obligado cumplimiento para todo aquel que visitaba nuestra casa) me han dado muchas horas de felicidad.

Ahora, en mi orfandad, pienso que estas rutinas, este hogar que siempre ha sido mi casa de Santander y este padre estable y tranquilo, (éramos tan distintos en temperamento y tan unidos en el alma) me han permitido hacer mi camino lejos de casa sabiendo que había un refugio al que podía volver. En “La Gaviota” el tiempo se paró hace muchos años.

Como antes he señalado, mi padre tenía inquietudes culturales y así, animado por su vecino y amigo, Manolo Arce, escribió y editó el libro Viejos recuerdos con La Gaviota al fondo. En este libro haciendo gala de su memoria prodigiosa, se retrata a sí mismo desde su personal opinión sobre la obra de Sócrates, de Platón y muestra su deslumbramiento ante Óscar Wilde hasta llegar a un íntimo descubrimiento de Gauguin, de Van Gogh y de las distintas tendencias de la pintura universal. Mi padre fue no sólo un admirador del arte plástico también fue un coleccionista exigente. Este libro de viejos recuerdos también incorpora una serie de artículos publicados en El Diario Montañés dedicados a personajes ilustres como Voltaire, Thomas Mann, Stefan Zweig, Jorge Luis Borges o su amigo el poeta Gerardo Diego.

También tuvo devoción por el Ateneo de Santander y durante años presidió la sección de Artes Plásticas. Organizó con motivo de las bodas de brillantes de esta institución una exposición en el Palacete del Embarcadero con los cuadros, esculturas, dibujos y fotografías propiedad del Ateneo. En todas las actividades que emprendía se notaban su delicadeza y minuciosidad y también un profundo amor a Santander y a La Montaña.

Si mi padre siempre ha sido para mí una figura importante, el destino hizo que nuestra relación en el periodo que comprende los años que transcurren desde el 2013 al 2021 nos convirtiéramos, en padre e, hija, en compañeros de viaje ante la adversidad. Su temperamento cambió mucho en estos últimos años; ganó en tolerancia y aceptación de la vida, la asumía tal como iba viniendo.

Me quedo con la figura de un Javier Casanueva humanista y liberal viviendo una soledad acompañada de libros y de música.

Fue un hombre curioso y bien informado hasta el último día además de muy buen conversador. Tenía una voz preciosa, cantaba, tocaba la guitarra y hablaba el español con una propiedad admirable. Estas últimas Navidades disfrutamos de entretenidas charlas sobre España y su preocupación por el devenir de nuestro país.

A mi padre, Dios le ha concedido la gracia de morir en perfectas condiciones mentales llevando el timón de su vida hasta el final.

Don Gregorio Marañón, a modo de testimonio vital, le dijo a su nieto Gregorio que una de las lecciones más importantes que había aprendido a lo largo de su vida era la de la prevalencia de la bondad sobre la inteligencia y mi padre, Javier Casanueva Piñeiro fue, por encima de cualquier cosa, un hombre bueno.


 

Lucía Casanueva
Socia Fundadora de PROA 

 

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