Gobiernos de papel

No sé vosotros, pero tengo la sensación de estar atrapada dentro de la serie «La casa de papel», donde el objetivo es ganar tiempo como sea para seguir imprimiendo billetes. Nuestros gobiernos de papel nos marean sin compasión para seguir fabricando votos.

Debimos saberlo el día que EEUU eligió presidente a un actor de películas de Hollywood: Ronald Reagan inauguró esta fase tan confusa en la que la política, la celebridad y el entretenimiento se han fusionado. Votar se parece cada vez más a ponerle likes a una buena serie de Netflix.

Ahora nuestros líderes políticos razonan como la haría un Ronaldo o una Kardashian: ¿Qué foto debo hacerme con quien y en qué escenario prefabricado al más puro estilo instagram para ser trending topic hoy?

Todas sus declaraciones en la prensa son exageraciones estratégicas para presionarse unos a otros, o para hacernos creer algo que nos haga valorar más a unos y menos a otros en las encuestas: Pablo se queja de que Pedro no le ha llamado ni una sola vez desde este verano – como si fuese una amante ignorada por su querido – y Pedro se ha convertido en el primero que tuitea el pésame- calculadamente poético y lleno de altos sentimientos- a cada desastre, tragedia o fallecimiento que se produce en el globo.

Los del otro bando no andan mejor, con Santiago y sus declaraciones a lo vaquero del Oeste, o Cayetana y sus pataletas de indignación aireada. Qué decir de Trump, Boris Johnson, Salvini o Macron y Trudeau con sus calcetines de dibujitos y colorines.

Parece esto más un casting de actores aspirantes al Oscar que el escaparate de líderes políticos del mundo desarrollado. Nunca se nos van a olvidar las fotos de Pedro con gafas de aviador en el Falcon … yo sí le daría el Oscar, aunque solo sea porque se lo curra más que ninguno, o gasta más que nadie. Después de todo está rentabilizando ópticamente todos los recursos nacionales a los que tiene acceso gracias al puesto de presidente en funciones.

Todo esto da para muchas risas y satura ríos de tinta impresa y online. Pero francamente, ¿a qué estamos jugando? Como dijo Greta, la niña ecologista con Aspergers, «¡la casa se está quemando y no hacéis nada para apagar el fuego!».

¿Qué se está quemando exactamente? Pues nuestro derecho a escuchar la verdad para empezar. Nos están tratando como a televidentes tumbados en el sillón en modo encefalograma plano con horas (o meses) por delante sin nada que hacer. Tanto es así que la economía se ralentiza, las operaciones se quedan en espera y nos dejan más horas libres para seguir secuestrados por el espectáculo mediático diario de nuestros líderes electos.

Para seguir  los problemas reales del país y del planeta están sin solución, sin plan, sin presupuesto y sin voluntad de resolución. Todo son declaraciones televisivas de medidas sin anclaje alguno en la experiencia o la práctica. Un brainstorming descabellado donde puntúa más levantar titulares de noticias que demostrar inteligencia, responsabilidad o madurez. Hasta tal punto que el que dice una cosa madura provoca una risotada general, acompañada de más declaraciones a los medios con segundas, entre todos los participantes.

¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos? ¿Votar???? Pero nos han plantado una cámara oculta tipo «inocente inocente» o qué? ¿A ver cuántas veces vamos a votar sumisamente otra vez antes de montar en cólera? ¿Saldrán entonces los Pablos, Pedro, Albert y compañía riendo y aplaudiendo nuestra cara de incredulidad ante semejante broma siniestra, mientras gritan “Inocente”?

Desgraciadamente no tenemos la sartén por el mango. El mango lo tienen los secuestradores protagonistas de estos gobiernos de papel. Sólo ellos pueden acabar con las películas y calzarse una buena sacudida de realidad.

En mi negocio el cambio siempre empieza por tomar responsabilidad de los resultados: «me he dado cuenta de que he hecho o he dicho, o me he equivocado …» Se llama crecimiento personal. Es duro y sabe amargo, pero es la vía a convertirse en un líder de verdad y no de mentirijillas.

Podríamos pedirles a nuestros líderes políticos que se escribieran cada uno una carta secreta a sí mismo con todos los fallos y errores que se atrevan a poseer -como decimos en inglés, «own your mistakes»-. Luego tendríamos que obligarles a repetir la carta todas las veces necesarias hasta que dejasen de dramatizar a lo Paulina Rubio y empezasen a sentir su mano temblar con el sentimiento incontrolable de gravedad que entra al escribir la verdad.

O podrían ellos contratar a un coach que les dé un repaso de cojones -con perdón-. Si Rivera dice «jodidos» en el congreso, se abre la veda: todos podemos decir tacos impactantes cuando queremos llamarle la atención a él y a todos sus ecuaces. Podrían invertir algo de tiempo y dinero en contratar a alguien que les hiciese enfrentar lo que dicen con sus gestos y sus aspavientos mediáticos mientras pretenden convencernos de que están formando un gobierno sólido para la nación.

Pero no. No contratan a coaches así porque eso no da votos y no les hace ganar tiempo que no merecen frente a las cámaras ni les ayuda a seguir acumulando votos basados en percepciones manipuladas. Son capaces de gastarse una millonada en alquilar un plató de televisión para practicar sus gestos calculados y perfeccionar actuaciones de credibilidad antes de un debate. Es más de lo mismo: inversión en la mentira y huida de la verdad.

Con tal de salir por fin de esta eterna novela latinoamericana y no tener que votar quince veces más, yo le regalo gustosamente el coaching de la verdad, la responsabilidad y el servicio al ciudadano –en lugar de a sí mismo – al primero que me llame.


Pino Bethencourt 
Coach y fundadora del Club Comprometidos