Los cerebros humanos no evolucionaron a partir de cerebros de reptiles desarrollando partes adicionales para albergar la emoción. No tenemos una serpiente interior ni un mono emocional al que hay que controlar, como ofrecen algunos cursillos que, por otra parte, no cuestionan realmente nada personal ni de la empresa.
La idea de culebra o mono es solo una fuente de ingresos para estos cursos basados en algo totalmente descartado en neurociencia, esto es, el cerebro considerado triuno: reptiliano, mamífero y humano neocórtex. Nuestra tarea como humanos es tomar en serio que somos animales, cuyo origen evolutivo se remonta a los seres multicelulares.
Nuestro cerebro no está más evolucionado que el de una rata o el de un lagarto: solo ha evolucionado de manera diferente, para navegar en contextos distintos. Es una red de 128.000 millones de neuronas (contadas mediante fraccionador óptico) conectadas como estructura única, masiva y flexible, un conjunto de componentes interconectados que funcionan como una unidad. Neuronas que tienen tal diversidad que no han sido descritas en su totalidad. Además de otras células que intervienen en la transmisión, la defensa, la nutrición y otros menesteres.
Por tanto, no es verdad que solo utilizamos el 10% del mismo, porque funciona como un todo, gestionando los procesos y funciones propias y de todo el cuerpo. Con millones de patrones de actividad distintos y simultáneos, cambiantes.
Patrones como la memoria, las emociones, la percepción, la toma de decisiones, el dolor, los juicios morales, la imaginación, el lenguaje y la empatía. Y la rabia, la venganza, la creatividad, la creación de cultura y todas las perversiones imaginables. A los animalistas le vendrá bien entender que lo que ha creado nuestro cerebro está lejos del resto de los seres vivientes, sujetos a unas rutinas ingeniosas, inteligentes, geniales, pero de las que no pueden sacar consecuencias, ni flexibles, ni variables, ni autocrítica. Deberían comprender la complejidad de la civilización y la cultura. Obra única no al alcance de otros animales.
El cerebro controla los infinitos y reglados mecanismos metabólicos por los que se rige nuestra vida sobre la Tierra; es decir, la gestión del agua, la sal, la glucosa, el sistema hormonal, la vida mental y de convivencias, la salud y la enfermedad, etc.
Gestiona noche y día los recursos corporales, administrándolos mediante sutiles señales de comunicación intercelulares, intracelulares e intersistemas. Desde esta perspectiva, la racionalidad, lo inteligente implica gastar o ahorrar nuestros recursos para para seguir vivos y con salud. Cuidarnos y cuidar de nuestro entorno global sería lo más racional e inteligente. Eso es una conducta inteligente y racional. Hay un déficit de inteligencia colectiva evidente.
Los cerebros de todos los mamíferos están construidos a partir de un único “plan de fabricación”. De modo que el cerebro humano no tiene partes añadidas. El tamaño de nuestra corteza cerebral, pues, no resulta evolutivamente novedoso ni requiere ninguna explicación especial. El tamaño tampoco dice nada acerca de cuán racional e inteligente somos. Parece que la forma sí. El cerebro, estaría organizado como un sistema modular en constante interacción con el entorno y nuestro cuerpo.
Los cerebros de todas las especies tienen una estructura común a la nuestra para realizar muchos comportamientos complejos: todos necesitan procesar información sensorial, aprender, seleccionar acciones, navegar en sus entornos, elegir alimentos, reconocer a sus congéneres, escapar de los depredadores, etc. Nuestra corteza es solo una versión ampliada de la corteza relativamente más pequeña que se encuentra en un animal.
Tenemos las mismas capacidades no explícitas que se encuentran en las bacterias: la única variedad de inteligencia de la que han dependido y continuamos dependiendo la mayoría de los seres vivos. Una inteligencia que está oculta a la inspección mental. Capacidad oculta que solo tiene como objetivo mantener la vida.
Vida sin palabras ni pensamientos, sin sentimientos ni razones, desprovista de mente y de consciencia, con mecanismos automáticos para sobrevivir y adaptarse, el inconsciente.
Se ha considerado que lo racional es la ausencia de emoción: el pensamiento se considera racional, mientras que la emoción es supuestamente irracional. Otro mito cultural, pues todo pensamiento parte de alguna emoción. Las ideologías son emociones rebozadas de muchos enmascaramientos de la realidad.
No tenemos cerebro de reptil ni de mono, porque somos idénticos a cualquier animal, somos animales, sometidos a las mismas reglas de supervivencia: por ejemplo, la demarcación y la defensa del territorio. Pero nuestra especie ha empleado métodos letales, lo vemos en Ucrania, y luchas por el territorio que nunca utilizarán los animales. Ni tampoco el odio, el fanatismo de los poseedores de las verdades, ni violadores, y todo el abanico de conductas que demuestran que nuestra especie, en estas manifestaciones, está muy lejos de los animales…para mal.
Somos un superorganismo, un metagenoma -la suma de los genomas-, solo el uno por ciento de nuestros genes es humano, el resto lo aportan bacterias, parásitos, virus, levaduras que están en todo el cuerpo. Somos el resultante de la suma de genes humanos y los genes del microbioma.
Somos cultura, historia, principios éticos, familia, civilización y cuando algunos desquiciados, fanáticos, atacan alguno de estos componentes, minan y descompensan nuestra más íntima estructura.
*José Antonio Rodríguez Piedrabuena es especialista en Psiquiatría y Psicoanálisis, y en formación de directivos, terapias de grupo y de pareja.