El descubrimiento nace de la curiosidad, siendo la curiosidad hija de la duda, la conciencia de la que nada (o poco) sabemos del mundo que nos rodea o que nos podría rodear. Es por todo esto por lo que seguimos asombrándonos y buscando a nuestro alrededor estos elementos.
También hay hallazgos que son fruto de la mera casualidad, pero como versaba Virgilio en La Eneida: «audentes fortuna iuvat» (la fortuna sonríe a los audaces).
Los grandes cambios y los descubrimientos pueden ocurrir mientras estamos tumbados en el sofá, siempre que seamos capaces de volar curiosos en otros cielos, con nuestras maravillosas mentes sin límites. Podemos ser atrevidos y audaces sin salir de las cuatro paredes de nuestra casa.
Al perezoso mental, por mucho que se agite, no se le cruzarán nuevas ideas ni buenas oportunidades. Al parásito mental y al listo improductivo, tampoco. No depende del poder, del dinero o de la posición en una supuesta escala social: los áridos mentales no fructifican, como mucho repiten ideas manidas, vomitan consignas sin el menor atisbo de crítica o elucubración propia.
Este íncipit lisérgico no debe presagiar una oda a los viajes químicos enloquecidos de Hunter S. Thompson, sino algo mucho más diario, terrenal, casi burgués, diría yo.
Las largas semanas que hemos transcurridos encerrados en nuestras viviendas, las noches y los días iguales unos a otros sin solución de continuidad, han sido una fantástica oportunidad para explorarnos y pensar, reflexionar, observar y, por ende, dudar.
Así, nos hemos percatado de algunos aspectos que merecerían una enmienda a la totalidad o, al menos, un rumbo renovado.
Si hablamos del ecosistema en el que nos desenvolvemos como ciudadanos, resulta bueno y necesario poner en común las dudas y las conclusiones a las que hemos llegado.
Inmersos en el pantanoso principio del pos-COVID-19, aún noqueados por los vendavales de la pandemia, nos damos cuenta de que la mochila que cargamos como ciudadanos es demasiado pesada para atravesar las arenas movedizas que nos esperan.
Ante las embestidas de las emergencias sanitarias, el estado del bienestar se ha tambaleado y sigue temblando pero, por lo menos, hemos comprendido que un país debe asegurar ciertos servicios esenciales de una manera impecable.
Bajando un poco más hacia el detalle del tema, hemos entendido que nuestros impuestos, fruto de nuestro trabajo, deben sufragar un sistema sanitario en condiciones, así como una válida oferta educativa pública de buen nivel y, por supuesto, seguridad ciudadana.
No hay cabida para egoísmos en este sentido. Siempre estaremos orgullosos de contribuir a ello.
Sin embargo, sensu contrario, van quedando en evidencia las estructuras y funciones superfluas que consumen recursos sin revestir un rol esencial o, cuando menos, relevante para la ciudadanía.
Hace pocos años en Italia, bajo el gobierno capitaneado por Matteo Renzi, el brillante (e implacable) economista Carlo Cottarelli lideró la comisión para la spending review, un grupo de expertos sin especiales colores partidistas que identificaron, por mandato del gobierno, las bolsas de gasto público innecesario.
Probablemente haya sido la más interesante iniciativa política concreta de la última década.
Justo cuando iban a tomar las consiguientes medidas de recorte, el Gobierno Renzi cayó estrepitosamente y todo el trabajo hecho fue aparcado en los desvanes de algún ministerio y quedó relegado a una anécdota más.
Ante la crisis económica que acecha, vuelve poderosa la idea de llevar a cabo en España, y donde sea necesario, la revisión de todo lo superfluo, del gasto público improductivo, de las florituras administrativas disfuncionales o directamente estériles.
No hay subida de impuestos que aguante la enorme carroza del gasto público hipertrófico y sin ponderar.
La reflexión debería llegar hasta las Cámaras centrales y autonómicas, para que se empiece a dudar de la utilidad de la verborrea, de la incontinencia legislativa que complica, en lugar de simplificar, la vida de los ciudadanos tanto en su entorno privado como en sus actuaciones empresariales. Hay ahorro posible también en sentido normativo.
Menos va a ser más, en muchos ámbitos, en esta nueva normalidad que nos espera con las fauces abiertas.
Marco Bolognini
Abogado. Fundador de Maio Legal y socio responsable de las áreas de Corporate/M&A y banking. Presidente de Globalaw Ltd. (2017-2019), presidente de Globalaw Foundation y chair de la comisión de RSC de Globalaw. Columnista del diario Expansión. También escribe en su blog Mínima Inmoralia.