El ser humano de camino a la madurez ha de pasar por momentos que pueden conducirle a ella o quedarse a medio desarrollo. Etapas en que es especialmente influenciable como su estancia en el vientre materno, los dos primeros años, la pre-adolescencia de 9 años a 12 en que se produce un aumento de las vías que comunican los módulos cerebrales entre sí, preparándolo para tareas cada vez más complejas; la adolescencia conmovida y revuelta por la entrada en escena de las hormonas reproductoras y la necesidad de los jóvenes de incluirse entre iguales, y la primera juventud en que empieza a perfilar lo que será la vida adulta. Amén de lo que cada uno traemos como predisposición genética que puede ser un obstáculo o una ventaja.
Sabemos que el humano nace prematuro, porque si naciera “a término”, su cerebro no cabría por el canal del parto, por lo que terminará fuera del útero la muy complicada estructura anatómica cerebral: en el entorno social y familiar. Sabemos que al nacer no tiene cerebro funcional, solo el tronco encéfalo, donde residen los reflejos que mantienen la vida vegetativa. Sabemos que las neuronas a pocos estímulos, pocas ramas (dentritas) por donde recoger información, poca inteligencia y habilidades humanas. Ahí radica la vulnerabilidad humana y la enorme dependencia del ambiente familiar para que entre a funcionar el resto del cerebro. Una mezcla de disposiciones genéticas y la necesidad de estímulos multimodales exigen una atención cuidadosa y constante.
Dada la situación actual, especialmente en la adolescencia temprana y tardía, donde han de sufrir las consecuencias de una alimentación poco adecuada, exceso de horas enganchados a los teléfonos, series de televisión, que arruinan, adocenan y crean posibles ciudadanos, preparando sus mentes para simplismos. En suma, presentan modelos no precisamente estructurantes a una juventud a medio hacer, que parece no importarle a nadie. Todo ello va a poner a prueba lo recibido por los padres y su aporte de amor, vinculación, educación y valores. Los padres van a tener que renunciar a sus criterios y seguir lo que les viene del entorno de sus hijos y sus pandillas. Y, ya han perdido la partida.
El ser humano que tiene suerte y sobrevive a ese aluvión puede mantener e introyectar actitudes, emociones, hábitos, sentimientos, valores y todo lo que llamamos introyección estructurarte del grupo familiar. Y seguir su camino evolutivo personal.
Si esto tiene lugar de manera natural y gradual, la identidad que el infante construye es sobre modelos tangibles, humanos, limitados y positivos. Todo ello será en un ambiente tranquilizador, estable y seguro. Fruto de una pareja donde cada uno respeta y potencia el rol del otro ante los hijos, donde se quiere a los hijos por lo que son en sí mismos. No se van a utilizar para objetivos narcisistas, de imagen de la familia y de clase. Ni han de ser perfectos para ser valorados y queridos.
Como fruto de la crianza amorosa, atenta, dedicada al goce de criarlos y educarlos, tendremos humanos estables, con capacidad de tener su propio criterio, bastante independencia mental, capaces de hacer un plan de vida acorde con la naturaleza, que es cuidar, respetar, cooperar; tener empatía lejos de cualquier intoxicación mental. Los humanos así pueden identificarse con sus progenitores y familiares y terminar este proceso y complementarlo con buenos modelos en la educación. Es la identificación tranquila serena que construye metas y desarrollos saludables, pacíficos, amables al lado de maestros, padres y familia.
En caso de fallos y carencias de todo lo señalado, el sujeto tiene un vacío, un malestar, una rabia contenida, un deseo de llenar ese hueco… y lo llena mediante procesos no conscientes y algunos conscientes. Algunos dentro de este grupo logran éxitos y salir adelante, pero quizá bloqueando su sistema emocional, en parte para no sufrir las consecuencias del ambiente familiar estresante. Otros se instalan en modelos de buenos y malos, de ideales y denigrados, y otros muchos sistemas compensatorios que pueden indicar falta de desarrollo emocional. O exhibir lo mucho que tienen para ocultarse lo poco que son. En otros casos su mente no ha llegado a matices, complejidades y términos medios. Percibe poco y se centra en una sola dirección de vida, tienen un repertorio vital muy limitado, es un fanático. Pueden utilizar las adicciones, drogas materiales o inmateriales, otra “terapia” auto-aplicada como muleta, como muestra de la poca capacidad de gozar de la vida común, de su falta de control de impulsos, de dejarse llevar por el entorno. Copiando, imitando, viviendo de criterios prestados. Puede estar normal, pero cuando se toca un punto de fragilidad, se arrebata, pierde hechuras, se inunda de emociones, de violencia y de descontrol.
José Antonio Rodríguez Piedrabuena
Especialista en Psiquiatría y Psicoanálisis