Más allá de la indignación

Alfredo Verdoy. Sacerdote jesuita. Profesor de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas y Director del Archivo Histórico de la Compañía de Jesús en España.

Personas que han sido dadas de alta del Coronavirus nos testimonian que a lo largo de su corta e intensa enfermedad pasaron por las siguientes etapas: indignación y victimización; enfrentamiento aceptación del dolor y de la decepción; lucha sin cuartel, pese a la sensación de agotamiento y hasta de muerte, por la defensa de su vida y, finalmente, lenta y pausada recuperación de sus constantes vitales.

Tal vez muchos de nosotros, miembros de una sociedad no acostumbrada en términos generales a la frustración y a la lucha por la vida, nos encontremos, en medio de la cuarentena que estamos viviendo, en la etapa de la indignación y de la victimización. De nada nos sirve permanecer mucho tiempo en ella. Las lamentaciones de nada sirven; al contrario, nos hacen más débiles, nos turban, nos entristecen y nos hunden anímicamente. Necesitamos, sí es que como sociedad estamos todavía enfangados en la ira, salir de todo lo que nos arrebata ser plenamente humanos y de todo lo que nos destroza interiormente.

Saldremos cuando todos, como personas particulares y como miembros de nuestra sociedad, nos hagamos las preguntas oportunas, por muy crudas y no del todo políticamente correctas, y cuando nos respondamos con la valentía necesaria, más allá de falsas inculpaciones, con la verdad que nos libre de pasadas ataduras y nos abra horizontes de vida y de esperanza.

Serán esos nuevos horizontes de vida y esperanza, muchos están naciendo y creciendo ya entre nosotros, los que nos ayuden a afrontar todo lo que nos está pasando sin miedo, sin rencores y sin envidias. Fortalecidos, aunque todavía debilitados y necesitados de todo tipo de auxilios, sentiremos  que la naturaleza, siempre que la respetemos y usemos debidamente, dejará  de respondernos con agresividad, arrogancia y desmesura; percibiremos que la humanidad entera necesita volver a su punto de origen, a sus etapas más gloriosas en las que todos los hombres, desde el más pequeño al más grande, desde el que está recién engendrado hasta el que se está despidiendo de la vida, son necesarios y nos prescindibles y desechables; finalmente, agradeceremos que por encima de nosotros está la fuerza y la ilusión por vivir que nacen del Creador del mundo, que  lo único a lo que aspira es a que sus hijos vivan como verdaderos hermanos y como seres solidarios y no indignados.

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