Cuando yo empecé a hacer coaching hace 15 años en España el problema era que nadie sabía lo que era el coaching. Por no saber no sabían ni pronunciar esta palabra anglosajona que tiene su origen en los entrenadores deportivos. Ahora el problema que me encuentro es que todo el mundo ya ha hecho coaching, como si fuese una tarea más que tachar en una lista de la que fardar.
Íntimamente ligada está nuestra definición de lo que es liderazgo. Puesto que, si ser un buen líder consiste en tener la nota más alta sobre una lista de comportamientos o habilidades definidos por la empresa, entonces el coaching se convierte en un servicio que sirve para aumentar la nota de evaluación de estos comportamientos. ¿Cómo? Pues como sea, si atendemos a la coach de ficción de la serie “Billions”. ¡Da miedito la señora!
Las películas de indios y vaqueros de siempre muestran muchas referencias a las cosas raras de los indios que iban en taparrabos y eran primitivos. Ellos no querían papeles escritos para justificar si la tierra era de unos o de otros, y no medían la fuerza de un hombre por el tamaño de su pistola. Lo que parecía ignorancia a ojos de los vaqueros era, sin embargo, otra forma más auténtica de medir el liderazgo de una persona. Para ellos el liderazgo era presencia.
Y claro, ahogados como estamos en la locura colectiva del presentismo híper-conectado, nos cuesta horrores imaginar lo que quieren decir algunos viejos sabios cuando hablan de estar realmente presente en las conversaciones. Instintivamente, sin embargo, es muy fácil distinguir a una persona presente de una que no lo está, puesto que la presencia no se entiende, se siente: Una mirada serena y cálida, y no una mirada furtiva – que probablemente se dirige al móvil o al reloj de pulsera vibrando con alertas de lo que ocurre en el móvil -.
Sentimos claramente cuando estamos ante alguien que no esconde nada sobre su forma de ser, mientras otros se esfuerzan en impresionarnos para esconder lo que no quieren que sepamos. El líder realmente presente transmite quietud, confianza y ganas de crecer constantemente, mientras otros generan incertidumbre y nerviosismo. Bailan más rápido que la música, como dicen en francés – “plus vite que la musique” -. Sentimos como el líder presente nos ayuda a sacar lo mejor de nosotros mismos, mientras que los otros nos exprimen a nuestro máximo rendimiento hasta desgastarnos completamente.
Pero llegar a ser un líder presente requiere un camino muy largo de coaching, auto-exploración, reposo, y luego más coaching. El foco del esfuerzo nunca es una serie de medidas externas o una lista de logros de la que fardar, sino el interior, o como dijo Carl Jung, “los que miran hacia fuera sueñan; los que miran hacia dentro despiertan”. Para poder quedarnos en el presente con todo nuestro cerebro y toda nuestra energía, para pasar del presentismo a la PRE-SEN-CIA, tenemos que hacer las paces con nuestro pasado y dejar de pedirle al futuro que nos salve de él.
Lo que yo me encuentro es que una gran mayoría del coaching que se hace en las empresas es cosmético, es decir, es como poner al directivo a dieta. Mientras sigue la dieta, con su entrenador pendiente de que no se salga de los hábitos y disciplinas prescritos, su nota de evaluación mejora en las habilidades elegidas. Muy bien. El coaching termina, las evaluaciones son todas positivas. Todos contentos. El coach cobra y se va a casa más contento todavía.
Paternalismos
La dieta se ha acabado y los kilos perdidos vuelven en unas semanas: la mejora de comportamiento desaparece en cuanto se complica la vida del directivo. Y es que, claro, “la gente no cambia”. Esto es lo que yo llamo coaching cosmético. Sólo engaña al profesional de RR.HH. que soltó la pasta a cambio de una mejora en las evaluaciones.
Pero una dieta y disciplina no es una solución para perder peso, sino una medida de choque para situaciones de emergencia que difícilmente se sostiene en el tiempo porque requiere demasiado esfuerzo. Y para mí si algo requiere mucho esfuerzo es que hay un fallo de planteamiento. La pregunta interesante es por qué una persona ha perdido interés en comer sano, cuidarse y sentirse en forma. Si se encuentra la respuesta –siempre emocional e inconsciente- a esa pregunta, y se resuelve el problema de fondo, ya no hace falta auto-flagelarse con dietas y disciplinas molestas. La persona cambia su forma de comer y ejercitarse sin tener que pensarlo ni discutir consigo misma. Lo hace porque le apetece. Lo siente.
Quien dice perder peso dice comunicar mejor en público, negociar mejor los intercambios de valor en la empresa, hacerse más visible o gastar menos energía en paternalismos que nunca acaban de delegar realmente el trabajo. El cambio de comportamiento sólo es un éxito cuando la persona lo hace sin tener que pensar en ello. Cuando se ha convertido en algo instintivo, en lo normal. Cuando uno se extraña de haber perdido tantos años haciendo las cosas de esa otra manera tan complicada, y lo cuenta a todo el mundo riéndose de sí mismo. Impactando así con su transparencia y su PRE-SEN-CIA.
La gente sí cambia, señores. Y si no es así, hágase un favor a sí mismo y cambie de coach.
Pino Bethencourt
Coach y fundadora del Club Comprometidos