Repetición (y II): La cara B

¿Otro artículo sobre debates electorales en televisión? ¿Otro artículo más sobre los seis debates retransmitidos, dos de RTVE, dos de la Sexta, uno de TVE-3 y uno, el primero en celebrarse, de Barcelona Tribuna-La Vanguardia? Eso querría leerlo yo, dirá alguno, más que verlos (como dieta para una sola semana es de gravosa digestión).

Pero, ¿un artículo sobre esos debates televisivos después de las elecciones mismas, luego de una campaña electoral correosa y una noche electoral amarga para casi todos? Se corre un serio riesgo de que la atención se haya ido irremisiblemente a otro capítulo de la inacabable serie política, no menos dramática, pero forzosamente más sosegada, sólo sea por agotamiento. O bien que el gusto estragado por tanto análisis a posteriori no quiera saber más de candidatos y partidos durante algún tiempo.

Sin embargo, a beneficio de inventario, y con la ventaja de mirar atrás y en perspectiva a un objeto todavía cercano, aparece con más nitidez la impronta de varias lecciones prácticas, de algún pequeño progreso, de ciertas posibilidades dignas de explotarse. Ya hay periodistas, justo es decirlo, profesionales de la televisión, que han sacado conclusiones al respecto.

Una cuestión de formatos

Diría que si una cosa ha quedado patente es que el formato del debate ha de garantizar buena conducta, un comportamiento presentable, ya que no irreprochable, de parte de los políticos que intervienen. ¿Qué significa esto y cómo se consigue?

Estos espacios televisivos no funcionan como correccionales ni son guarderías de menores, pero tampoco pueden responder al modelo populista (por usar la palabra por una vez con propiedad) que induce al conflicto como forma de espectáculo inacabable, inextinguible, cual es el caso de buena parte de la programación de Tele 5 (donde pueden verse cosas como “Gran Hermano 7: el Debate”, no se olvide).

En realidad, el formato de debate se ve generalmente escindido, y así lo sienten los periodistas, entre el deseo de un intercambio dialéctico vivo y reñido, que puede lindar con la acritud y la demagogia, y la exigencia de rigor en lo que se dice. Y lo común es que una cosa vaya en detrimento de la otra. No perder la fe en que ambos extremos son compatibles y que los mejores debates se producen cuando se combinan los dos tiene que ser la clave guía.

Todo esto viene a cuento de lo observado esta semana: la contraposición entre debates supuestamente más “sueltos” que corrían, y caían, en el riesgo de degenerar, de volverse monotemáticos (sobre Cataluña) y maleducados, y debates en los que un formato más riguroso, más “vigilado” forzó a los participantes a no salirse de la calzada, a no acabar en la cuneta, a no pasarse al carril contrario y arrollar al que viene de frente respetando las normas. Este fue el caso del debate sólo de mujeres en La Sexta el jueves, 7 de noviembre, y en la mesa redonda posterior dirigida por Antonio García Ferreras, los periodistas fueron bien conscientes de esa ventaja.

La diferencia puede parecer superficial para un espectador no avezado, pero también puede ser considerable. Pongamos por caso el primer debate de TVE, donde la obsesión del moderador (y moderado) Xabier Fuertes por “favorecer el debate” y que fluyera espontáneamente se vio ensombrecida por momentos en los que no es que se entrecruzaran opiniones, sino que se superponían voces, anulando al orador en el uso legítimo de la palabra.

En estos casos, los de peores modos, los más reduccionistas y obsesivos se imponen a los más corteses, que parecen, sin más, apocados (véase la diferencia entre Cayetana Álvarez de Toledo e Inés Arrimadas frente a Irene Montero y Adriana Lastra en ese mismo debate de RTVE).

Aquí topamos con un problema grande en la vida pública española. A saber, lo de siempre: están por un lado las reglas y, por otro, la forma de hacer caso omiso de ellas. Si la manera habitual de conducirse se decanta más por romperlas que por respetarlas, el resultado final es que todo se degrada y los aprovechados hacen su agosto. Ergo, lo que se penaliza, al final, es respetar las reglas.

Por eso mismo, hay que garantizar la igualdad de oportunidades. De nada sirve darse pisto con la excelencia técnica de que el tiempo lo controlan árbitros deportivos profesionales (así se recalcó en el primer debate de RTVE y en el de la Sexta Noche conducido por Iñaki López) si no hay garantía de que se puede jugar limpio sin temor a embestidas antirreglamentarias del contrario.

No estaría de más, cabría añadir, y dicho sea con ironía, que los periodistas fueran los primeros en predicar con el ejemplo. Antes de embarrarse, el debate de La Sexta Noche pareció más civilizado precisamente por comparación con el que le había parecido, el habitual de los sábados noche, con sus enfrentamientos, muy poco edificantes, entre plumíferos de opuesto signo (más de exclamación que de admiración). Lo cual nos lleva a la melancólica interrogación de si no estará el espacio público más contaminado todavía por la mala sangre que corre en los medios que por la bilis de los profesionales de la política.

Efectos secundarios

Pero hay un efecto añadido que no cabe olvidar. Cuando los debates se concentran en las obsesiones de campaña, el resto (de las cuestiones, de los intereses, de los puntos programáticos) queda relegado de tal modo que sólo se cita impostadamente como recetario, como lista de la compra, como añadido. Los políticos han de aprender que cada cosa tiene su importancia, y los periodistas deben no sólo recordárselo, sino apremiarles a discutirla a su tiempo. Y eso es más fácil en un formato por bloques.

Se dirá que todos lo son, pero no es lo mismo un debate nominalmente temático que otro en el que el moderador obliga a ceñirse al tema e interroga con precisión.

Así se obliga (recalco esto) a centrarse en asuntos específicos, a ofrecer propuestas factibles. Valga un ejemplo, el de Ana Pastor (la periodista) preguntando por medidas precisas para combatir el cambio climático. Dado que Vox no parece creer en el fenómeno, Rocío Monasterio se puso en evidencia.

Saber estar y estar sin saber

Con la cautela como norma, pero no como límite, los candidatos han de saber con claridad qué quieren sacar de un debate y cómo lograrlo. ¿Comunicar directamente con sus electores, batir al adversario, ser protagonistas, para bien o para mal?

Ser protagonista del debate no significa ganarlo, signifique esto lo que signifique, sobre todo si se genera más rechazo que adhesión.

Este sigue siendo el problema de Cayetana Álvarez de Toledo, y no se resume en dar la impresión de ser aún más arrogante que agresiva. Se cifra, antes bien, en que su retórica es básicamente de oposición, más que propositiva, de aspirante al gobierno, como si estuviera en un debate a cara de perro en el Parlamento. Pero también es un problema de competencia. Si se ataca al PSOE no se puede hacer sólo con palabras gruesas, se han de respaldar estas con datos y nombres y fechas y casos.

Es llamativo que Iván Espinosa de los Monteros diera una impresión mucho más “profesional” por esa precisión a la hora de ofrecer datos y porcentajes (levantando gestualmente, ya es curioso, sólo la mano derecha). En general, los oradores de Vox se adaptaron a los diversos formatos para sacarles su mejor partido, no corrieron los riesgos de sus colegas de la derecha, y ensayaron otros comportamientos, de modo que aparecieron antes como ofendidos agraviados que como agresivos desaforados (salvo, tal vez, en el caso de Ortega Smith). Hablo de las formas, no del fondo.

No puedo dejar de citar el ejemplo más virtuoso en su forma de explicarse, de hacer tangibles las medidas de un programa, de aceptar culpas generales en lugar de echarlas sobre los demás, de perseguir una retórica constructiva y un objetivo de gobernabilidad (en nombre, oh paradoja, de un partido que sólo se presenta en tres provincias).

Es Aitor Esteban, del PNV. ¡Aitor for President, Esteban a La Moncloa! Habrá quien diga que es más por viejo que por diablo, que su preocupación es sólo la de la “agenda vasca”, pero su técnica de “compartir” con el espectador y mantener el tipo y las formas sin desdeñar alguna vez la contundencia (como en sus agarradas con los representantes de Vox), merece estudiarse con atención.

Ideología como retórica

Sería una broma afirmar que ha habido algo así como debate “ideológico” o verdadera confrontación de ideas, esa que suele reclamar ejemplarmente Ignacio Urquizu. Pero la retórica “ideológica”, aunque sea de modo conceptualmente extraviado, no podía estar ausente.

Es hasta sintomático que la palabra que brillara por su ausencia, la favorita de estos últimos años, fuese “populista”, y en cambio haya regresado con vigor el término “comunista”. Acaso sea así porque de haber menudeado “populista”, se habría tenido que emplear para referirse a Vox.

Ya nos referimos a la variedad conservadora angloamericana de algunas fórmulas de Vox. Súmese a ello que Monasterio parafraseó la célebre alocución de Margaret Thatcher en su entrada en Downing Street en 1979, basada en una plegaria de San Francisco de Asís.

Hombres y mujeres

La insistencia en la necesaria paridad en la composición de las listas electorales, la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres de modo que estas no puedan estar ausentes de ningún espacio político hizo que, por defecto, el debate principal, el del lunes, 4 de noviembre en la Academia de la Televisión, pareciera de partida, intolerablemente masculino. Es indicio a la vez de progreso, porque no podemos dejar de sentirlo así, y de regresión

La foto de los cinco hombres, más jóvenes que viejos (según las convenciones hoy en boga), muñequitos de traje, de chaqueta sin corbata o corbata sin chaqueta, bien plantados y agresivos, bordeaba lo estremecedor o lo ridículo, como ese Equipo “E”, debidamente caricaturizado en la Red por el “deepfake” de Face to Fake (https://www.youtube.com/watch?v=dj5M4s-cdAw).

Y es que se sumó, por cierto, un efecto “estético” contraproducente. Todos los lideres tienen menos de cincuenta años, no hay candidatos calvos, barrigones o provectos. Tienen todos buena facha y todos resultan, vistos en conjunto, más amenazantes que empáticos. No son ninguna “manada”, claro, pero piensen en un debate en el que los participantes fueran, es un suponer, Rajoy, Iceta, Girauta, Lllamazares y Vidal Quadras. Nos habría parecido también insoportablemente masculino, pero acaso no tan tóxico.

De ahí que la iniciativa de La Sexta, de contrarrestar, ya que no contraprogramar, con un debate sólo de mujeres resultase tan acertada, tanto más cuando resultó el debate más ordenado y límpido.

Se trata de algo que tienen que arreglar la sociedad y la política, algo para lo que la televisión no tiene remedio, sólo alivio. Pero mientras siga habiendo, por defecto, debates sólo de hombres, habrá que compensarlos con debates sólo de mujeres, aunque ambas cosas resulten, al fin y a la postre, raras.

Comprobar, contrastar, desmentir

Si creemos, además, que la última palabra es la del votante, es imprescindible que la de los políticos sea sometida a examen por una instancia fiable, también después de los debates electorales. Es buena noticia que se haya convertido en corolario del debate la labor de comprobar, contrastar y desmentir las afirmaciones, falacias o hipérboles con lo que se conoce como “fact-checking”. Iniciativas como https://maldita.es/ o Newtral – Periodismo, fact-cheking, tecnología y datos no pueden ser más bienvenidas.

Sólo que, así como hay ya un Defensor del Espectador en muchas cadenas, estos departamentos deberían existir en todas, empezando por aquellas de titularidad pública.

Y por último….

¿A qué género pertenece los debates televisivos? En ningún lugar está escrito que tengan que ser amenos y, mucho menos, divertidos (aunque conviene atenderlos con un descomunal sentido del humor). A diferencia de su prima hermana, la noche electoral, más dinámica y emocionante (si bien más frustrante en potencia), las demandas que se hacen al debate electoral no siempre se condicen con lo que el medio televisivo pide.

Pero no hay que resignarse a que todo sea tierra quemada. Se puede sembrar esperando que algo crezca. Puesto que los debates son necesarios, deben ser claros e instructivos, deben ser educados e instruidos por parte de los oradores en liza. No perdamos de vista que se han vuelto más frecuentes, más plurales y quizás más rigurosos. Son mejorables, dicho sea no como expresión de buenos deseos sino como posibilidad ya realizable técnica, periodística y políticamente. Y quien no (los) mejore quedará en evidencia.

Artículo relacionado: Repetición (I): La cara A

Pablo Carbajosa

Responsable del Área de Oratoria de Proa Comunicación