El ex director de El Mundo David Jiménez opinó que “el futuro del periodismo es ser ético, moral, riguroso y de calidad” durante un observatorio celebrado en Proa Comunicación el miércoles 4 de marzo. Tras realizar un rápido repaso a su trayectoria profesional, desde su ingreso en El Mundo como becario hasta su polémica llegada a la dirección después de ejercer como corresponsal durante casi dos décadas en el sureste asiático, defendió que “el periodismo siempre va a ser necesario, porque la gente necesita saber las cosas que le afectan”.
Una afirmación que quien fuera director de El Mundo “durante 366 portadas” consideró hoy más importante que nunca por la vuelta de los autoritarismos y el incremento de los grados de manipulación. “La mentira está ganando y necesitamos el periodismo para que la verdad vuelva a ganar”, añadió. Pero para que los medios, soporte del periodismo, puedan subsistir necesitan “reforzar su marca, apostar por la calidad y la independencia y después crear un sistema de suscripción”, dado que desde hace años “no pueden sobrevivir con la publicidad”. Como forma de financiación de estos, manifestó también sus dudas hacia los muros de pago, que consideró que acaban limitando el acceso a la información “a las élites”.
Respecto a la aportación de las agencias de comunicación a ese periodismo ético, riguroso y de calidad, consideró muy importante su papel como asesores de sus clientes “para evitar que caigan en la inmoralidad”.
La mayor parte de la exposición de David Jiménez se centró en su etapa como director, un puesto al que llegó, de forma sorprendente hasta para él mismo, una vez finalizada su etapa de corresponsal en Asia y tras obtener una beca Nieman en la Universidad de Harvard, donde se formó durante un año en proyectos periodísticos de transformación digital. Un periodo contado en detalle en su polémico libro ‘El Director’, en el que desgrana las intrincadas relaciones entre los medios de comunicación y las altas esferas del poder político y económico, “un sistema corrompido en el que el muro que debe existir entre ambos se ha derribado”, según sus palabras.
La experiencia, que duró solo un tercio de lo previsto “por las presiones desde dentro y fuera de la empresa”, comenzó mal desde el primer día, cuando el guardia de seguridad no le quería dejar entrar a la sede del periódico porque no le conocía. Pese a la ilusión con la que llegó, “creyendo la promesa de que me darían medios, tiempo y dinero”, desde el principio se produjo un “choque de trenes entre el reportero y el mundo de los directivos que cobraban generosos bonus y habían arruinado a la empresa, a la que sostenían con favores políticos y económicos”. Un tiempo también en el que la parte más dolorosa fue “lidiar con la redacción”, a la que le pusieron enfrente con un ERE a los seis meses de aterrizar, en el que intentó cumplir su promesa de ser fiel a los periodistas y a los lectores y en el que era consciente de que “estás cavando tu propia tumba cuando te opones a las decisiones de tus jefes”. Pero “el coraje de decir que no es exigencia del periodismo, aun sabiendo que vas a perder”, subrayó.