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José Antonio Rodríguez Piedrabuena —— ¿Cómo se defiende nuestro cuerpo del COVID-19?

Cuando entra un patógeno, el hígado forma parte del ejercito para eliminarlo. Acelera su metabolismo aumentando la producción de proteínas, en este caso, proteínas de fase aguda y la proteína C reactiva, que van a estar en todas las membranas de las células del cuerpo, al recubrir las partículas virales para convertirlas en dianas del ataque de los linfocitos gigantes: los macrófagos.

Cuando empieza la lucha contra el virus con el resto de las fuerzas defensivas, el hígado decrece su producción. Por ello, como índice de gravedad, se mide a los enfermos en los hospitales el nivel de proteína C reactiva.

Las células del sistema inmunitario se generan en la médula ósea, y desde ella van a parar al timo, al bazo, los ganglios linfáticos y tejidos linfoides que residen en todas las mucosas donde van a madurar a formas maduras. Tenemos desplegados por todo el cuerpo fuerzas de ataque en forma de células y de sustancias letales para los intrusos.

Nada mas picarnos una avispa se produce una hinchazón, sin miramientos ni esperas. Ha actuado un sistema primitivo de defensa común a todos los seres vivientes, de lo puro arcaico que es: la inmunidad innata.  Se ha producido una hinchazón y han llegado casi en el acto citocinas e histamina que han dilatado las arteriolas, y todos los demás componentes de la reacción inflamatoria producida por el sistema de defensa innato.

Tenemos de manera estable un retén, una guardia pretoriana, fija o patrullando, a la espera de enemigos como bacterias, células viejas, células cancerosas, virus, tóxicos, y todo lo que no se reconoce como propio del cuerpo, que será engullido y digerido.

También se deben incluir a los leucocitos que patrullan de continuo, y otros estacionarios, algunos son fagocitos, que tragan, envuelven y digieren mediante enzimas a los virus o colocan en su superficie fragmentos del mismo como señal para el ataque de otros, además de producir las famosas citocinas. Es de mencionar que tenemos un billón de linfocitos en todo momento.

Este ejército permanente incluye algunas moléculas en el líquido entre células, a las que se unen las sustancias emitidas por los patógenos. Todas estas señales atraen a los leucocitos. Entre la vanguardia del ejército estable entre los tejidos se encuentran unas células grandes -macrófagos- con capacidad de englobar y atacar estos mediante enzimas, como el superóxido. Estas salen de su centro de producción la médula ósea, llamándose monocitos, y cuando llegan a los tejidos crecen y se transforman en los temidos macrófagos. Atacan al virus envolviéndolo, encerrándolo e introduciéndolo  dentro de sus estructuras -lisomas y lisosomas-, cargadas de enzimas -hasta veinte-,  que destruyen las proteínas del virus. Los fragmentos que quedan los colocan en su membrana exterior con la ayuda de aquellas proteínas que estaban de guardia, entre los tejidos con capacidades destructivas por sí mismas, llamadas proteínas de complemento que unidas a esos fragmentos quedan en la superficie como señales para los linfocitos que iniciarán el ataque final, algunos anticuerpos se unirán a este letal complejo de proteínas.  Sintetizadas en el hígado, en los epitelios y una de ellas en las células grasas, adipocitos. Están de “guardia”, de patrullaje, tan solo activándose cuando empieza la batalla. Puede que todo este ejército haya funcionado para los pacientes asintomáticos, aunque la batalla no ha terminado y puede haber recaídas.

Todo esto quiere decir que unas buenas defensas requieren un buen hígado, salud de los epitelios y no demasiado llenos  de grasa los adipocitos. Por eso los obesos tienen pocas defensas frente al COVID-19. Con esas condiciones de buena salud nos defenderemos mejor del virus. Los que fuman y beben demasiado o  tienen mal el hígado, los muy sobrepasados de peso y las personas que por lo general tienen mal los epitelios, como los hipertensos y diabéticos, o los que tienen mucha edad, y los que no hacen ejercicio, tendrán muy difícil su defensa.

En esta batalla participan los leucocitos -glóbulos blancos-, linfocitos, monocitos, neutrófilos, que engullen el virus mediante la fagocitosis, proceso que consiste en envolver al virus y atacarlo en una guerra química. Los eosinófilos y basófilos  desplegarán los gránulos tóxicos de su interior, con su gran poder destructivo. Antes hemos mencionado al de más tamaño que ataca los virus y deja restos en su membrana para atraer a los linfocitos. Y empieza el trabajo en equipo de las distintas clases de linfocitos.  A la señal colocada en la superficie de su membrana, los macrófagos, acuden los linfocitos facilitadores que toman nota y a continuación activan a sus hermanos llamados T, que a su vez inducen al ataque a los linfocitos asesinos naturales de ataque directo, y a los linfocitos B, que atacan mediante anticuerpos, -igual a inmunoglobulinas-, destruyendo las estructuras del virus o bloqueando su entrada.

Pero pueden acudir demasiados de estos o de otros, por lo cual,  unos  hermanos que se llaman linfocitos reguladores se encargan de limitar su número, y los que queden puedan emplear su arsenal citotóxico. Es de aprecir que durante la pandemia se observa una caída de linfocitos, seguramente como o muestra de la mortalidad en combate.

Los linfocitos T se llaman así porque producidos en el sistema óseo se dirigen al timo, que es el centro de su maduración  y entrenamiento para que no ataquen a las propias células de nuestro cuerpo, como pasa en las enfermedades autoinmunes, donde este proceso ha fallado. Durante este confinamiento son sometidos a prueba y entrenados para que no inicien un ataque al propio cuerpo, para después soltarlos a la batalla.

El timo recibe una regulación por el cerebro desde parte del sistema emocional: la amígdala desde el hipotálamo, y un control proveniente desde el sistema simpático. Esto tiene que ver con lo que observamos en algunas personas después de una época de gran estrés aparece este tipo de enfermedades. Y, sobre todo, es una muestra de la influencia de nuestras emociones en el estado de nuestras defensas inmunitarias.

Los linfocitos B se llaman así porque se activan en el bazo y en los ganglios linfáticos. Hay nueve clases de linfocitos B, estos no atacan directamente si no mediante inmunoglobulinas -comunmente llamados anticuerpos-.  Producen anticuerpos supresores que destruyen las estructuras del virus y se interponen entre el virus y las células, bloqueando su paso. En estos anticuerpos estaría una buena vacuna. Y, que podemos usar extraídos del suero de los que han ganado la batalla al virus.

No solo atacan, sino que activan aquellas proteínas que están en todas las  caras externas de las membranas de las células, las de complemento que hemos citado, que activan las diversas respuestas defensivas celulares activando los receptores -entradas-, para anticuerpos.

La inmunoglobulinas o anticuerpos son las que medimos con los test después de haber sido infestados. Son producidos por los B, pero se han transformados en las llamadas células plasmáticas de mejor tamaño y armamento.

Las inmunoglobulinas como las IgG que ya están presentes en la vida intrauterina, las  IgA que marcan a los virus para poder ser fagocitados, digeridos; las  IgM activan aquellas proteínas que hemos señalado como las  del complemento, son la respuesta temprana, por eso se buscan por si se ha padecido el ataque del virus.  No se ha demostrado que unas u otras tengan que ver con la gravedad de la infección, pues presentan gran variabilidad según las personas en esta batalla.

A ver cómo remediamos este sistema automático con suplementos o con dietas milagro.

Empieza el virus a introducirse en las células

Tiene que hacerlo desde una entrada, en una puerta o receptor que está en todos los epitelios, el ACE2, por tanto, sus síntomas pueden ser tan diferentes como las entradas que ha logrado penetrar con facilidad en los alveolos pulmonares. Podemos decir que, debido a su diseminación, sería una enfermedad de los endotelios. Sobre los que he hablado en el artículo anterior.

Teníamos esperando, para virus y bacterias, un sistema de 30 proteínas en el suero, en forma inactiva, que en el momento que el virus se ha colado dentro de las células, los linfocitos desencadenan  una cascada enzimática, un complejo ataque a la membrana de las bacterias y mediante las perforinas forman poros gigantes en ella, para que entren unas enzimas que envían los linfocitos que ya están aquí, han acudido a la llamada de los macrófagos. En estas perforaciones entra agua también iones que deshacen su estructura.

Los virus pueden se neutralizados mediante anticuerpos

Con respecto a los anticuerpos y las vacunas basadas en ellos,  dos anticuerpos neutralizantes se unen al pico de glucoproteína del virus (se ve en forma de salientes puntiagudos en sus cuerpos redondeados) bloqueando su capacidad para unirse al receptor ACE2 humano y mediar la entrada viral en las células huésped. Es el receptor que emplea la angiotensina I para convertirse en la forma II y subir la tensión arterial. Está en todos los tejidos, y es por eso por lo que puede haber síntomas en cualquier órgano, hasta en el cerebro y el sistema nervioso periférico, porque hasta allí puede llegar su ataque

Esta característica también significa que si uno de los epítopos virales, -porciones de la espina de su superficie-,  muta de una manera que impide la unión de uno de los dos anticuerpos (un fenómeno conocido como escape inmune), el otro anticuerpo aún puede retener su actividad neutralizante. La combinación de estos dos puede neutralizar la entrada del virus en las células y funcionar como vacuna.

Si se ha curado del virus, se van a producir células de memoria que reconocerán al intruso y organizarán la batalla cuando vuelva otra vez. Ya tenemos la inmunidad activa.

Como ven, el sistema inmune es demasiado complejo como para ser potenciado con determinadas dietas. Todos los anticuerpos son proteínas, por lo que podemos decir que una dieta baja en proteínas iría en contra, pero los billones de células sanguíneas que intervienen necesitan 50 elementos nutritivos para su producción y mantenimiento, solo mediante la dieta mediterránea podremos ingerirlos. Por otro lado, hemos visto al sistema activador simpático, actuar y el sistema emocional intervenir sobre el centro de maduración y entrenamiento de linfocitos, el timo. La vejez mal llevada y poco o nada cuidada en alimentación, la falta de ejercicio y relaciones humanas, la hipertensión, la obesidad y, en concreto,  el tabaco parecen darle todas las facilidades al virus.

 

Cabe la reproducción de este texto siempre que se mencione a PROA Comunicación como su fuente original.


 

José Antonio Rodríguez Piedrabuena 
Especialista en Psiquiatría y Psicoanálisis, y en formación de directivos, terapias de grupo y de pareja.

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