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Somos conservadores

Todos los neurocientíficos actuales, como el español profesor de neurociencia en EE.UU, Joaquín M. Fuster, una de las máximas autoridades mundiales en el estudio de la corteza cerebral, dicen: “La gran mayoría de nuestras decisiones son inconscientes. Esto significa que no somos conscientes de las razones de la inmensa mayoría de nuestras conductas… estamos dentro de un constante juego inconsciente” (Fuster no es psicólogo ni psiquiatra).

Stanislas Dahaene, neurocientífico francés en La Conciencia en el Cerebro: “Sofisticadas funciones ejecutivas operan de manera inconsciente (…) incluso áreas corticales de nivel alto codifican nuestro conocimiento cultural adquirido, como la lectura, la aritmética, pueden operar fuera de nuestra conciencia (…) pueden desencadenar un conjunto de procesos mentales sin la conciencia”.

El contenido del inconsciente. El cerebro no ve la realidad, la construye en una mezcla de lo que viene de fuera y lo mucho guardado que tiene dentro. Tratamos de conservar, de seguir con nuestras ideas, de negarnos la autocrítica, comulgar con ruedas de nuestro particular molino, aunque haya que falsificar lo que percibimos. Percibir es interpretar.

Desde el nacimiento vamos acumulando ideas, vivencias, memorias, emociones, configuraciones del mundo, sobre nosotros mismos y de los demás. Ha costado muchos años construirlo y presentamos fuertes mecanismos de defensa, de resistencias y de maniobras sutiles para conservar todo ese enorme constructo. El temor a la terapia viene de aquí. Hay que añadir lo que hemos heredado desde nuestro origen como especie, de nuestros ancestros, del ambiente en nuestros años infantiles y adolescentes. Luego, la educación, la formación. Todo ello ha modelado una fortaleza de conexiones cerebrales, de bucles neuronales para resolución de problemas y del navegar por el mundo. Todo lo anterior está al servicio de la conservación de nuestra vida, de nuestras constantes vitales. Pues bien, esto es el origen de las distintas estrategias para no cambiar, de los mecanismos de defensa: Negación, represión de la necesidad de proyectar fuera lo que no aceptamos dentro, sublimación, etc.

«Despreciamos lo complejo»

Percibimos para nuestra mente conservadora que se impone sobre nuestro deseo de conocer, porque tememos y hasta despreciamos lo complejo. Percibimos desde un nivel básico, desde emociones comunes a todos los mamíferos, con la misma química: desde los sentimientos, desde nuestro cuerpo, desde el estado vital, desde nuestra formación y entrenamiento, dentro de nuestra “tribu”, desde los sentidos generalmente poco desarrollados por la escasa capacidad de concentración a que nos conduce un torbellino de noticias e influencias que generan la legión de vendedores de propuestas, que nos rodean.

Desde la memoria personal y colectiva, ¡y siempre desde nuestro pequeñísimo mundo personal y del grupo en el que estamos incluidos! Y, lo que es peor, desde titulares, corrientes, modas, plagas emocionales, ideologías, desde la falta de conciencia de la vida sobre nuestro Planeta Tierra como unidad biológica de la que formamos parte y que estamos atacando cada día, desde nuestros recursos mentales limitados, desde la falta de sensibilidad para percibirnos como seres sintientes y escasamente pensantes.

No percibimos lo que no hemos visto antes, lo no experimentado, lo no entrenado para ver, diríamos que lo que no hemos visto antes no lo vemos ahora. Percibimos, igualmente, desde nuestro entrenamiento vital, desde las memorias individuales y colectivas, desde nuestros sentidos desarrollados, entrenados o no. Sin los sentimientos no seríamos viables, porque son sistemas perceptivos, adaptativos anteriores a la conciencia y generalmente fuera de ella. Hay personas que, por su historia personal, no perciben lo bueno, lo meritorio. Entrenados en la crítica no sienten lo loable, lo ejemplar, pueden atacarlo, no lo perciben.

Necesitamos la conexión de la corteza posterior perceptual, la frontal ejecutiva, el fascículo longitudinal posterior para construir una percepción, guiar la acción y la constancia perceptual. Si eliminamos por nuestra real gana el 95% del cerebro subcortical, nuestro cuerpo y nuestros sentidos a medio entrenar, podemos creer que somos seres de pensamiento racional, pero tenemos un filtro como el Tálamo que da paso a lo que viene del exterior a través de los sentidos, y desde el cuerpo, si lo considera relevante para distribuirlo por las cortezas y desde ellas de vuelta, al resto del cerebro. Lo que quiere decir que lo racional representa una ínfima cantidad de cerebro.

Sofisticados mecanismos de autoengaño

Si no hay experiencia previa quizá no se perciba porque el tálamo dirá que no tiene sentido, lo elabora como ruido y lo descarta. Tan listos como somos, resulta que una estructura anterior a nuestra especie hace la selección de lo que tienen valor o no, su valor es la supervivencia, que por desgracia no es el común denominador de nuestras decisiones, porque intervienen otras estructuras, la amígdala que es tajante y decide a bulto sin matices. ¿A que se reconocen? Esta corteza primitiva mantiene a todos lo animales en guardia ante los peligros y a nosotros también, pero puede extralimitarse viendo enemigos por doquier, y si tenemos suficiente ideología y poder, causaremos millones de muertos, o por el contrario, fumaremos, seremos sedentarios, comilones y no tendremos programación para detectar los peligros de semejante conducta, como pasa en todos los adictos donde pierde volumen la amígdala y se matan lentamente.
Somos animales muy primitivos con sofisticados mecanismos de autoengaño y justificación, llamados mecanismos de defensa, que nuestra cultura ha incrementado con su cerril negación del inconsciente, es decir, la labor secreta de éstas y otras estructuras fuera de la conciencia. Tratamos de ver siempre lo que nos confirme lo que ya sabemos, para permanecer en nuestros juicios, valoraciones, criterios, ideologías, a prueba de evidencias científicas. Generalmente desde nuestra “tribu” nuestro ambiente cultural o social, no vemos lo que pasa fuera de nuestro pueblo, nación, nuestra Europa. Ellos, los políticos y nosotros no vemos el futuro que exige unión, proyecto común, trayectoria constante de trabajo en común. Ellos y nosotros vivimos al día. No tenemos cerebro para mucho más.

Percibir es clasificar y colorear de afectos los objetos o ideas del mundo y relacionarlas. Tenemos un conjunto de núcleos, bucles, asociaciones neuronales y mecanismos moleculares estratificados dentro del cerebro desde las especies que nos han precedido que dieron lugar a las estructuras desde las que percibimos, memoria filogenética, activando o frenando nuestras decisiones y percepciones. Más que conocer tendemos a reconocer y esto es un hecho biológico que negamos. Por eso aprendemos poco de nuestras ofuscaciones.

El 95% de lo que percibimos está fuera de la conciencia, debido al trabajo de estructuras como el tálamo, el hipotálamo, amígdala y todo el cuerpo y otros componentes del sistema límbico, donde residen los procesos necesarios del vivir como el amor, odio, recompensas, placer, dolor, memorias emocionales, comida, sexo, huida, defensa, agresividad.

Un político percibe que todo es político, un químico que todo es química, un físico, un ingeniero forestal percibirá cosas ajenas a nuestra comprensión. Por tanto, nuestra capacidad de percibir es muy limitada y está atada a nuestros constructos. Con estas limitaciones decidimos y percibimos el origen de nuestras dificultades como humanos. Atados a nuestra memoria personal, a la de nuestra especie y a nuestra cultura social o científica, a la mala o buena educación recibida. Siempre impulsados por nuestro sistema emocional, que si excitado, dejaremos la lógica, lo racional y puede que hasta lo que nos favorezca enrocándonos en nuestras concepciones, nuestras creencias, con los míos, lo nuestro, mi militancia: “votaré a este partido hasta que me muera”.

Por tanto, se impone entender y ser consecuentes con las limitaciones de nuestro cerebro. Esto sería una buena aportación de la neurociencia. Y así empezar a cooperar, a requerir ayuda y ayudar; sabiendo que somos animales rabiosos contenidos por la represión, parando los pies a los perros que ladran demagogias, simplicidades, mesianismos y reformas sociales sin ninguna base, desde lo que ya sabemos por la ciencia. Deberían explicar eso de proyectos progresistas, porque en lo que sabemos el progreso como humanidad lo han traído las leyes, la cultura, la ciencia, el trabajo de millones de seres anónimos, y algo la política, desde los griegos, tratando de conseguir la democracia. En un mundo en crisis como el actual, es una estafa ofrecer progresía que es la madre de todos los cordones sanitarios, en vez de unión y visión de futuro y políticas de muy largo plazo, antes que nos aplasten, como en un bocadillo de mojama, las grandes potencias y los países emergentes, mientras nos entretenernos en repartirnos los escaños y poner parches para esta legislatura. Aunque esta tremenda limitación de la mente colectiva y de sus emergentes y representantes la conocemos desde la antigüedad. Ya el retórico Georgias confió a Sócrates su experiencia de que cada vez que arribaba a una ciudad con su hermano para que les confiasen su salud, siempre le escogían a él, un sofista, y no a su consanguíneo médico.


José Antonio Rodríguez Piedrabuena 
Especialista en Psiquiatría y Psicoanálisis

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